Quédate donde sea mutuo
—No te das cuenta, ¿verdad? Siempre soy yo quien busca, quien insiste, quien mantiene esto a flote.
—Eso no es cierto.
—Sí lo es. Y lo sabes. Me esfuerzo por estar, por entender, por dar espacio cuando lo necesitas y presencia cuando me buscas. Pero, ¿y tú? ¿Cuándo fue la última vez que preguntaste cómo estoy sin que yo tuviera que insinuarlo?
—No es que no me importe.
—Entonces dime, ¿qué es? Porque si te importara de verdad, lo sentiría. No tendría que adivinarlo ni justificarte.
—A veces no sé cómo demostrarlo.
—No es tan difícil. Cuando alguien te importa, se nota. No hay que analizar cada palabra, no hay que esperar señales escondidas. Simplemente se siente. Y yo, últimamente, no siento nada.
—No quiero que te vayas.
—No quiero irme. Pero tampoco quiero quedarme donde no hay un 'nosotros', solo un 'yo' que sostiene todo. Donde tengo que explicar por qué duele sentirme solo en algo que se supone que es de dos.
—¿Entonces qué?
—Quiero quedarme donde no tenga que cuestionarme si pertenezco. Quiero quedarme donde me elijan como yo elijo.
La reciprocidad no es un lujo, es la base mínima para cualquier vínculo que valga la pena. Las conexiones reales no se construyen sobre la obligación ni sobre el esfuerzo unilateral. Al final, la vida es corta como para vivir en lugares donde te sientes como una obligación y no como una elección. Quédate donde la energía fluya en ambas direcciones, donde te sientas visto, valorado y respetado. Donde sea mutuo…